" La vida es un libro abierto que se escribe día tras día"

Mi Cartagena

Cartagena es una de las ciudades más bonitas de Colombia en cuanto a arquitectura colonial se refiere. Fue la ciudad más importante de la Corona Española en épocas de la conquista y cuenta con las murallas mejor conservadas de América, construidas por los españoles durante dos siglos para defenderse de los piratas ingleses y de todo tipo de invasores que daban cuenta de las riquezas que podían encontrarse en el Nuevo Mundo. La ciudad fue fiel testigo de todos los sucesos que pasaron por este lugar hasta la Independencia definitiva de Colombia, que se reafirma cuando en 1821 y luego del intento de reconquista de parte de las tropas del Rey de España, el Almirante José Prudencio Padilla logra resistir y vencer, dándole a la ciudad el nuevo sobrenombre de “La Heróica” por aquella última batalla.  Cartagena es una ciudad mágica y sin duda alguna, uno de los destinos turísticos más apetecidos de Suramérica. Quiero referirme particularmente a esos lugares escondidos que hacen diferente la visita, lugares que pueden hacer que esta ciudad sea verdaderamente, un destino sostenible.

Aquellos que hayan podido disfrutar de dos o tres días en la ciudad; su historia, arquitectura, comida y buen ambiente, tendrán la oportunidad de conocer otra versión de Cartagena. La primera alternativa es dirigirse a la Boquilla, una zona de playas que suelen estar más desocupadas que las de Bocagrande aunque tampoco recomendadas para visitar si el plan es bañarse, debido a la presión que ejerce la comunidad de algunos sectores sobre el turista, para que este gaste dinero en el lugar. Sin embargo, en esta misma playa se encuentra una asociación llamada “La Boquilla Tours”, liderada por Rony con quienes se pueden contratar unas excursiones por la ciénaga en una pequeña barca hecha por ellos, sin motor, solamente impulsada por el guía con un palo y donde se podrán apreciar distintas especies de aves, vegetación, historias y sencillamente, contemplar la naturaleza, el sonido armónico de las aves y del viento. Es un plan que vale la pena hacer y sobre todo, una manera sostenible de disfrutar de la ciudad apoyando a la comunidad local que trabaja en esta asociación. De primera mano puedo decir que son responsables, preparados y muy amables.

Un poco más allá, a tan solo una hora y media de Cartagena, se encuentra un lugar fascinante, sin duda uno de mis favoritos, donde sugiero quedarse al menos una noche para compartir con sus habitantes. Se trata de San Basilio de Palenque, un lugar a donde huyeron algunos de los esclavos que llegaron de África para cumplir con las órdenes españolas, sufriendo todo tipo de maltratos y menoscabos, pero que de la mano de Benkos Biohó, se fugaron de sus captores y encontraron en lugares alejados, en las cimas de las montañas, el lugar ideal para establecer sus viviendas (de ahí el nombre de cimarrón, gente de color marrón resguardándose en la cima de las montañas), donde los cimarrones lucharon por su libertad durante años. Este compendio de viviendas cimarronas obtuvo el nombre de Palenque y con los años, debido a las creencias religiosas inculcadas por los reyes católicos y a su cercanía con San Basilio, este lugar fue llamado Palenque de San Basilio aunque los abuelos afirman que el pueblo es de la gente, no del santo, por lo que se le debe llamar San Basilio de Palenque.

En este lugar confluyen una mezcla de costumbres y tradiciones traídas de África y que se manifiestan en la gastronomía, música,  medicina tradicional y la buena energía de la gente. Es un corregimiento pobre que a partir del turismo ha mejorado sus condiciones de vida, gracias a una nueva tendencia de turistas postmodernos que se han acercado, de estudiantes e investigadores que han buscado recuperar y documentar la importancia cultural de los palenqueros. Si bien no hay hoteles en esta zona, si se hace contacto previo con la comunidad y con la debida antelación, es posible quedarse en casa de una familia y compartir con sus miembros. Aquí se aprenderá de la tradición musical, de danza, y se podrá ver más de cerca, si llega el caso, el ritual del lumbalú (rito de la muerte).

De su música, el mayor exponente es el Maestro Cassiani, líder del Sexteto Tabalá, quien ha sido premiado por el Smithsonian Institute de los Estados Unidos y por el Congreso de la República de Colombia, además de recorrer Europa y visitar diferentes países del norte y el sur de América, participando en varios festivales y llevando su talento al mundo entero. Esta tradición musical se transmite de generación en generación y los jóvenes son partícipes desde pequeños, garantizando la continuidad de estos ritmos, aunque dentro del país poco o nada se les conoce.

Durante la estadía en este lugar (pobre, abandonado y sin comodidades), se podrá aprender la lengua palenquera, que es una mezcla entre el lenguaje africano y el castellano y que ellos crearon para comunicarse sin que los españoles pudieran comprender lo que estaban diciendo. También es posible conseguir una palenquera que haga los peinados tradicionales, que antes que una moda, fue una gran estrategia para que, a espaldas de sus captores, los esclavos pudieran trazar los mapas por donde tenían que ir para escaparse y esconderse en los palenques. San Basilio de Palenque es una cultura viva, un lugar con toda una tradición cultural, única en Colombia y en el mundo y que en realidad vale la pena conocer.

Otro lugar interesante se llama San Jacinto, un municipio al que se llega por la misma ruta de San Basilio de Palenque y a una hora más de camino, donde está lo que quedan los últimos indicios de la existencia de los indígenas zenúes. Estos se pueden conocer a través de sus manifestaciones tradicionales como lo es el tejido de hilos que en otras épocas se utilizaba para elaborar sus trajes, bolsas e incluso su lugar de descanso. Hoy se habla de ponchos, mochilas y hamacas que fueron el fruto de una evolución que pudo darse durante más de 4.000 a 6.000 años pero que fue violentamente terminada con la llegada de los colonos. Aún así, hoy se puede visitar este lugar para comprar todo tipo de artesanías, principalmente sus tejidos y tambores o también para caminar por la naturaleza en búsqueda de los múltiples pictogramas (dibujos sobre piedra) que fueron dejando los indígenas a lo largo de los años.

Por otra vía y a 2 horas y media de Cartagena está Santa Catalina, un pueblo perdido que tuvo gran importancia en otras épocas por la explotación de sal y que ahora está en abandono pero donde se mantienen importantes tesoros naturales y de gran interés para visitar. El primero es el Volcán del Totumo, considerado el volcán de lodo más alto del mundo con doce metros de altura y una profundidad de seis kilómetros bajo la superficie de la tierra. El barro que se encuentra en su interior es bueno para la piel, sirve de exfoliante y para curar reumatismos. Podría llamarse un SPA al aire libre pero seguro y para mi gusto, es mejor que eso. Es una completa aventura para ensuciarse y reírse para luego ser bañados por una de las mujeres a la salida del volcán. Es una gran experiencia que se puede vivir a la vez que se están apoyando las comunidades locales de este lugar. Un consejo, procurar pagar a las mujeres directamente ya que los hombres aquí son muy machistas y no suelen compartir las ganancias de lo que se cobra en el lugar, con las mujeres.

Para llegar hasta el volcán, se puede ir desde la Ciénaga de la Redonda, que es de gran importancia ya que es por donde sale y se purifica en alguna medida el agua hacia el mar en época de lluvias y de donde entra el agua del mar hacia el interior del continente en épocas de sequía. En este cuerpo de agua hay una gran cantidad de peces, por lo que la pesca es abundante a lo largo del año gracias a los cuidados que los mismos pescadores tienen de no afectar el medio ambiente.

El último plan recomendado es ir al Parque Nacional Natural los Corales del Rosario y San Bernardo, conocido como las “Islas del Rosario”, donde se podrán apreciar los corales y la fauna de mar más impresionante, llena de colores y de especies exóticas pero que también están bajo peligro de extinción por el abuso del turismo y la pesca. Es por esto que recomiendo visitar Isla Grande que tiene el nombre por ser precisamente la más grande del archipiélago y donde vale la pena quedarse al menos otra noche. En este lugar se puede compartir con la comunidad Orika (descendientes de la hija de una mujer afrodescendiente y un español) que es otro conglomerado raizal que está apartado de la ciudad pero que cuenta con tradiciones gastronómicas y musicales para compartir con los turistas.

Dentro de la isla, se pueden hacer actividades de caminatas por la naturaleza, montar en bicicleta y en las noches, excursiones por las lagunas saladas donde se destaca la Laguna Encantada, un especial lugar donde gracias a un “planctum” que crece en esta zona, el agua brilla en la oscuridad cuando entra en contacto con un cuerpo sólido, lo que hace que cuando uno salte de la pequeña barca artesanal para nadar, el cuerpo tenga brillo propio. La sensación de tranquilidad en la noche, vigilados solamente por la luz de la luna y las estrellas junto con el brillo de los cuerpos, hace de ésta, una noche inolvidable y de este lugar, uno incomparable. Es un fenómeno que solo puede dar la naturaleza, en un lugar escondido entre las islas, donde llegan muy pocos turistas.

Con estos lugares yo culmino mi visita por “mi” Cartagena, ese destino turístico sostenible que yo veo y que lucha contra el turismo de masas que ha arrasado con la gente. Ese “desarrollo turístico” que ha generado todo tipo de dificultades sociales, de prostitución, alcoholismo y drogadicción en la población, principalmente en niños, niñas y adolescentes. Esa ciudad de la cual solo se muestra una cara bonita, con hoteles y restaurantes de lujo, donde se maltrata a los caballos con esos paseos en carroza y donde a nadie le importa la consecuencia ambiental de su estadía. Cartagena no es viable de esta manera, si no se cambia la forma de pensar y de actuar de parte de los turistas y si no hay verdadero interés de parte de las instituciones y autoridades locales.

Es mucho lo que podemos hacer si cambiamos nuestra forma de viajar, entendiendo el papel que jugamos en este mundo, donde podemos ayudar a las comunidades más vulnerables y pobres cuando ofrecen sus productos, o cuando hay una verdadera responsabilidad social empresarial que no solo busca exención de impuestos sino que con sinceridad se preocupa por sus impactos. El turismo es sin duda alguna un factor de desarrollo para poblaciones pobres y vulnerables siempre y cuando sean estas personas las beneficiadas de su desarrollo y donde la naturaleza sea respetada. Bienvenidos entonces a esta, “Mi Cartagena” querida.

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