El Cementerio de los Libros Olvidados (Reflexiones)
La saga o tetralogía escrita por Carlos Ruiz Zafón, consta de cuatro libros; La Sombra del Viento, El Juego del Ángel, El Prisionero del Cielo y El Laberinto de los Espíritus. Desde el primer libro que leí, el primero de la saga, quedé enganchado y sorprendido por la capacidad que tuvo el talentoso, ya difunto escritor. Lo leí mientras vivía un año sabático en Barcelona, inspirado, dedicado a la lectura y a entrenar la escritura, metido entre viajes y libros, conociendo el mundo, y sin lugar a duda, Zafón me ayudó a enamorarme aún más de esta pasión, romantizando cada detalle de la vida en su mejor momento, expresada sin más a través de un texto.
La vida con sus más y sus menos, es representada por Zafón, con la dureza de la realidad, en medio de una Guerra Civil, con todas sus consecuencias. Hay momentos de alegría, de amor, de esperanza, pero, sobre todo, muchas injusticias, muertes, tristezas, decepciones. Lo más crudo de la realidad de la vida. Por esta época yo vivía un momento cúspide de mi vida tras haberle dedicado años a un emprendimiento que fue necesario dejar atrás, amores y desamores, pero, sobre todo, una vida donde mi familia me lo entregó todo y yo apenas entendía mi papel en el mundo. Quizás, hasta ahora lo voy comprendiendo. O mejor, anhelando, adaptándome a la realidad de una vida con golpes más duros de los que pensé vivir.
Recuerdo estar sentado al frente del café que visitada diariamente para desayunar con un bocadillo y un café largo. Me gustaba la contextura del pan, siempre me pedía un bocadillo de bacon con queso, o uno de tortilla y de vez en cuando, uno de sobrasada. Pero siempre iba a desayunar a este lugar, siempre con un libro entre manos. En este lugar fue que leí la mayor cantidad de páginas de la Sombra del Viento, podía durar dos y hasta tres horas en este lugar, mientras preparaba lo que algún día sería mi primera novela, “El Nudo Eterno, un Viaje a la Felicidad”. Me imaginaba cómo habría sido el camino de un escritor como estos y me imaginaba a mí mismo como escritor algún día. Aún sigo soñando con esto. Por lo pronto, logré lo que creía más difícil, pero la vida me ha dicho también que lo más difícil no era la primera, sino la segunda novela. Así, los domingos, me iba a buscar mi idea de Cementerio de los Libros Olvidados, versión pequeña, en el Mercat de Sant Antoni, perdiéndome entre libros, para comprar uno que otro ejemplar que me llamara la atención y que estuviese destinado para mí (Para lugares icónicos de la saga en Barcelona, recomiendo: https://muybarcelona.com/siguiendo-a-daniel-sempere-por-la-ruta-de-la-sombra-del-viento/).
Y es que, haciendo un recorrido por mi vida, siento que, tras mi regreso de Barcelona, finalizando 2013, he vivido lo inimaginable. Los mejores y peores momentos de mi vida hasta ahora. Yo espero muchos buenos momentos, también sé que habrá momentos de tristeza que llegarán algún día (aunque quiera no pensar jamás en ello), pero solo espero no tener que sentir el dolor que he tenido que sentir. El caos. Toda mi vida lo había tenido todo controlado, hasta entonces. Entendí que es imposible controlarlo todo o, mejor dicho, prácticamente nada. Y de una u otra manera, ahora, este año 2022 en que me di la oportunidad de culminar finalmente la saga completa de Zafón, siento que me he conectado como nunca, con sus libros. Por momentos, la desesperanza. Por otros, la desilusión. El amor. Y, también, la aceptación.
He entendido nuevamente que la escritura es para mí un desahogo necesario. Para mí, no sé si para alguien más. No sé si para algún lector. No me interesa, quizás, si hay lector para mis escritos. Lo que sé es que escribir es una manera de aclarar las cosas en mi cabeza, una ilusión, una terapia. Y heme aquí, nuevamente, escribiendo. Nuevamente, con un Zafón imaginario motivándome. Uno de los inicios más inspiradores que he leído, ha sido el de El Juego del Ángel, en el Primer Acto, “La Ciudad de los Malditos”, que dice:
“Un escritor nunca olvida la primera vez que acepta unas monedas o un elogio a cambio de una historia. Nunca olvida la primera vez que siente el dulce veneno de la vanidad en la sangre y cree que, si consigue que nadie descubra su falta de talento, el sueño de la literatura será capaz de poner techo sobre su cabeza, un plato caliente al final del día y lo que más anhela: su nombre impreso en un miserable pedazo de papel que seguramente vivirá más que él. Un escritor está condenado a recordar ese momento, porque para entonces ya está perdido y su alma tiene precio”.
Yo no vivo de escribir en un periódico, ni tampoco de escribir novelas (aunque sería un sueño), pero sí vivo escribiendo por mi trabajo como consultor. Mi trabajo es leer y escribir, y eso que mi nombre casi nunca sale en las portadas, a veces ni en el contenido. Recuerdo, eso sí, cuando vi en la Librería Lerner de Bogotá, mis libros en el estante de novelistas colombianos. La emoción no tiene descripción. Ahora bien, me he sentido a veces como un Daniel Sempere, queriendo ser escritor, buscando encontrar las palabras para escribir, muchas veces, casi siempre, sin lograrlo con éxito. Pero también creo que estoy armando una primera novela de verdad, verdad. Con verdadero sentimiento, con sentido profundo, con un contenido más cercano a la realidad, diferente a mi primer intento que fue más la cúspide de una vida de una persona que lo ha tenido todo y que ha tenido que luchar más bien poco. Creo que el dolor y el caos, nutren, desafortunadamente, una buena historia.
“Una historia no tiene principio ni fin, tan solo puertas de entrada. Una historia es un laberinto infinito de palabras, imágenes y espíritus conjurados para desvelarnos la verdad invisible sobre nosotros mismos. Una historia es, en definitiva, una conversación entre quien la narra y quien la escucha, y un narrador solo puede contar hasta donde le llega el oficio y un lector solo puede leer hasta donde lleva escrito en el alma.
Esa es la regla maestra que sostiene todo artificio de papel y tinta, porque cuando se apagan las luces, se silencia la música y se vacía el patio de butacas, lo único que importa es el espejismo que ha quedado grabado en el teatro de la imaginación que alberga todo lector en su mente. Eso y la esperanza que todo hacedor de cuentos lleva dentro: que el lector haya abierto su corazón a alguna de sus criaturas de papel y le haya entregado algo de sí mismo para hacerla inmortal, aunque solo sea por unos minutos.
Y dicho esto con más solemnidad de la que probablemente merece la ocasión, más vale aterrizar a ras de página y pedirle al amigo lector que nos acompañe al cierre de esta historia y nos ayude a encontrar lo más difícil para un pobre narrador atrapado en su propio laberinto: la puerta de salida”.
Estas palabras están consignadas al final de la historia de El Laberinto de los Espíritus, como parte del Preludio de un texto del enigmático Julián Carax, otro escritor, uno de verdad, uno que no tuvo éxito quizás a nivel comercial, pero sí a nivel de letras. El que, además, logró hacer que Daniel Sempere, se lanzara como escritor. Cómo me gustaría tener a un Julián Carax para Daniel Sempere en mi vida. O a un David Martin para Pedro Vidal. He tenido a Adriana Serrano, una figura que podría ser lo más parecido a ellos, una coach editorial que, por cierto, recomiendo montones. Una historia solo tiene puertas de entrada y aún siento que, a mi historia, aún le quedan muchos capítulos. Espero lograr plasmar en un texto, todo lo que tengo en mente. Por lo pronto, el primer capítulo aún no lo he logrado terminar. Pero está tardando lo que tiene que tardar.
Isabella, madre de Daniel, recibía las siguientes palabras de David Martin: “Toda obra de arte es agresiva, Isabella. Y toda vida de artista es una pequeña o gran guerra, empezando con uno mismo y sus limitaciones. Para llegar a cualquier cosa que te propongas hace falta primero la ambición y luego el talento, el conocimiento y, finalmente, la oportunidad”. Gracias David, es cierto. Una guerra que puede tardar días, meses, años. A veces me da regocijo saber que Mario Vargas Llosa tardó 10 años en terminar su texto insignia que lo llevó a ganar el Nobel de Literatura, Conversación en la Catedral, además, mi libro favorito del autor. Claramente mi obra no será de tal magnitud, ni más faltaba, pero sí espero que guste, que se lea, que enseñe, que invite a reflexionar a unos y a otros. Además, será para mí una carta abierta para esos dos seres que hacen parte de mí y que sé que algún día me leerán, nos leeremos, nos amaremos. Y como diría el señor Corelli, sobre las fábulas, “los seres humanos aprenden y absorben ideas y conceptos a través de narraciones, de historias, no de lecciones magistrales o de discursos teóricos”. Así que creo que, a través de historias, es mucho más fácil comunicarse.
Para terminar, una reflexión general sobre la coyuntura actual, ya que vuelvo a aparecer por un medio escrito. Sí a la paz, no a la guerra. Lo he dicho, escrito en diversas publicaciones y opiniones. Sufro con esto. Día tras día nos acostumbramos a la violencia en Colombia, ahora, nos acostumbramos a la guerra en Ucrania y vivimos la vida como si no pasara nada. Sigo la idea del padre de David Martin, abuelo paterno de sangre de Daniel Sempere que decía que “Cuanto había aprendido en la guerra era a matar a otros hombres como él ates de que ellos le matasen, siempre en nombre de causas grandiosas y huevas que se revelaban más absurdas y viles cuanto más acerca del combate se estaba”. Tengo que incorporar también un texto que encontré por estos días en que quise retomar la Ilíada de Homero donde se hace referencia a la guerra entre aqueos y teucros y que dice, “nunca querían los teucros afrontar a los aqueos, ni osaban resistir su valor y sus manos. Y ahora pelean lejos de la ciudad, junto a los bajeles, por la culpa del jefe y la indolencia de los hombres, que, no obrando de acuerdo con él, se niegan a defender los navíos, de ligero andar, y reciben la muerte cerca de los mismos”.
La guerra es únicamente fruto de los intereses y los egos de personas en el poder (o que quieren estarlo). Y vuelvo a Corelli que dice, “Es aquello tan viejo y tan cierto del dime de qué alardeas y te diré de qué careces. Es el pan de cada día. El incompetente siempre se presenta a sí mismo como experto, el cruel como piadoso, el pecador como santurrón, el usurero como benefactor, el mezquino como patriota, el arrogante como humilde, el vulgar como elegante y el bobalicón como intelectual”.
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