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Una guerra perdida contra las drogas

Colombia es un país maravilloso, lleno de oportunidades. Tiene un potencial para el desarrollo agropecuario incalculable, desde el punto de vista turístico, ni se diga, también para el desarrollo de energías limpias, negocios verdes, industria, tecnología, etc. Estuve en un encuentro de empresas españolas en Colombia donde participó el presidente Pedro Sánchez quien manifestó que de 160 empresas que hacían presencia en Colombia hace una década, se pasó a 800. Además, manifestó que no solo son empresas de España las que invierten en Colombia, sino que también hay una muy importante inversión colombiana en el país europeo; Colombia también cuenta con empresas en crecimiento. El país tiene una fuerza poderosa que ha logrado mantenerlo en crecimiento a pesar de las dificultades en materia de COVID-19, de la inestabilidad mundial y la seguridad al interior. Aun así, hay una realidad paralela que desde las ciudades se ignora y que se piensa que es una situación generada por este gobierno o por el anterior, y así en adelante, pero no se ha logrado resolver. La guerra generada por las drogas y el narcotráfico.

Iba en un transporte camino al aeropuerto de Bogotá, antes de un viaje a Medellín a correr la Media Maratón y mi conductor me empezó a contar historias. Me dijo que tenía una finca en Casanare, donde sus padres y hermanos vivían hace años hasta que, tras la presión de grupos armados, tuvieron que salir. Contó que hace algunos años él había regresado a sus tierras para trabajarlas, consiguió que le prestaran una maquinaria y ofreció algunos lotes para engorde de ganado. Cuando esto sucedió, llegaron miembros del ELN a cobrarle impuesto, luego llegaron las Disidencias de Farc con la Segunda Marquetalia, junto con otras vertientes de grupos armados. Sabiendo de tiempo atrás cómo funciona la situación, trató de manejarlos, pero los cobros eran excesivos.

En estos casos, las autoridades sugieren denunciar la extorsión, pero para una persona, ya radicada en Bogotá, conductor de carro, hacer esto puede ser incluso más peligroso que denunciar. Actualmente y mientras se calman un poco los ánimos en la región, encontró un lote alternativo, lejos, en Puerto Boyacá (Magdalena Medio), arrendado, donde manda un grupo de autodefensas de tiempo atrás, más organizado y menos oportunista según él, con quienes se puede acordar un pago mucho más razonable y está trasladando, sigilosamente, los pocos animales que tiene de su propiedad para desarrollar su proyecto productivo en esta zona del país.

Es increíble que, en un país con tanto potencial, con ciudades tan grandes y que muestra cifras de crecimiento económico en medio de la crisis, el Estado no tenga realmente control sobre el territorio. Parece que nunca lo ha tenido, pero entre más crece el país, es más bizarra e inconcebible esta situación. Se discute por estos días una reforma tributaria, pero el tributo que deben pagar personas adineradas o no, en zonas rurales del país, es enorme. En unas zonas más que otras, la situación es insostenible.

La inflación global está disparada, pero uno de los tributos más altos en este momento y que está encareciendo los alimentos, es el pago de las llamadas “vacunas” a los grupos armados. En la ciudad nos sentamos a leer las noticias, pero estamos muy alejados de la realidad. Junto con el costo elevado de los fertilizantes por la guerra de Ucrania, así como del elevado costo de otros insumos importados por la alta tasa de cambio, los precios crecen todos los días. Ahora le sumaremos una reforma tributaria y un incremento en el costo de la gasolina, por lo que el panorama no es muy favorable.

Ahora, incluso todo este grave problema es, digamos, superficial. ¿Qué se hace con ese tributo ilegal? Financiar la guerra y el narcotráfico. De ahí, otro problema. En diversos lugares de Colombia, a lo largo y ancho del territorio, se siembra coca, que por sí sola, no es ningún problema, sino cuando la utilizan para hacer cocaína, nuestro más grande karma. Internacionalmente, se vende por montones, los europeos y norteamericanos son los principales consumidores. En todas partes está prohibido, pero siempre hay maneras de sacarla y de venderla. Muchas veces se dice que buena parte de la economía de Colombia se mantiene, entre todo, por este negocio. Inicialmente era un tema lejano para las clases altas de la sociedad, pero llegó un punto, desde la época de Pablo Escobar, en que el negocio terminó permeando todo tipo de clases en todas las ciudades del país.

El escritor Alfredo Molano (QEPD) escribió un libro, Rebusque Mayor – Relatos de mulas, traquetos y embarques en el que evidencia una cantidad de historias en las que se cuenta la experiencia de muchas personas que resultaron involucradas con el narcotráfico. Se encuentran personas adineradas, de clase alta de la sociedad, buscando mantener su estatus con el negocio. Se encuentran personas muy humildes que buscan una salida a una situación difícil, gente joven que comete actos de rebeldía o con un sueño por cumplir, aventureros, gente que se ha dedicado al crimen y encuentra en este negocio una alternativa más rentable, y, sobre todo, mucha gente engañada. Personas que confían en sus vecinos, o en amigos, o en personas “respetables” y que les piden que lleven un encargo, incluso narra la historia de una monja que fue aceptada en una misión para un lugar en África, le pidieron que llevara un paquete y la cargaron con coca.

En este negocio no hay lealtades, prima la ley del engaño porque para ganarse la confianza de la policía, es necesario delatar a alguien de vez en cuando, cada cierto tiempo debe caer un cargamento, o una mula, etc. En un país con tasas de desigualdad tan altas esto termina siendo el pan de cada día, todo termina convirtiéndose en un plan para buscar una mejor vida, el llamado “rebusque”. Y esto sigue pasando hoy, pasó ayer, y seguirá pasando mañana. Como manifestada uno de los personajes que describe Molano; “Me gusta escribir Madre, estos recuerdos, porque me hacen vivir de nuevo mi país; porque a pesar de la sangre y del dolor, allá sigue amaneciendo y la gente sigue burlándose de su propia adversidad. La gente vive y, por eso, la matan. Y entre más la matan, más fuerza y valor cobra su vida”.

El narcotráfico es un negocio altamente riesgoso, pero altamente rentable. Es una enfermedad supremamente contagiosa, una epidemia sin control ni cura conocida. Hay programas (financiados por el Estado y / o por Cooperación Internacional) que buscan generar oportunidades en zonas rurales para que se pueda dar una transformación económica, pero no siempre prosperan o no logran suficiente cobertura y pues también hay mucha gente que quiere dinero fácil y rápido. Son cazadores de bonanzas. No es para nada sencillo resolver el problema, pero sí puedo asegurar que lo que se ha hecho en más de 40 años para acabar con el narcotráfico, no ha servido prácticamente nada. Se necesitan cambios trascendentales en la manera de enfrentar el problema.

Mi opinión es que la legalización de la droga es una necesidad latente y que debe darse desde donde está el foco del problema, es decir, desde la demanda. Son los países consumidores quienes deberían liderar este debate. Por lo pronto, veo con buenos ojos que se esté tramitando un proyecto de ley en el Congreso de la República para legalizar el uso de Cannabis recreativo, o de “uso adulto”, como le han llamado. Al final, yo solo creo en la paz, las guerras las veo como algo inútil, Lev Tolstói en el libro “Lo que yo pienso sobre la guerra” manifestaba, “¡Otra vez la guerra, otra vez los sufrimientos inútiles para todos, provocados por nada! ¡Otra vez la mentira, otra vez el embrutecimiento, la bestialidad de los seres humanos!”.

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