Un viaje al fin del mundo en Putumayo
Recientemente fui invitado a conocer Mocoa y los alrededores de la ciudad en el piedemonte amazónico colombiano localizado en el departamento del Putumayo, gracias a la invitación de Ecoturismo Putumayo. Entre los planes que teníamos estaba la visita al Fin del Mundo, algo que me generó gran intriga y que contaré a lo largo de estas líneas. Puedo decir que es un lugar lleno de vida, rodeado de árboles, pájaros, insectos, agua, piedras pero a la vez, miedoso, misterioso y puede que hasta maquiavélico. Un lugar que genera intriga pero al que hay que tenerle respeto, fascinante y transformador de estados de ánimo. ¿Quieres acompañarme en esta aventura?
Cuando uno piensa en el fin del mundo, surgen una serie de posibles imaginarios que pueden ir desde catástrofes naturales; terremotos, tsunamis, meteoritos, erupciones de volcanes, etc. El ser humano además cada día se acerca a su propia destrucción; guerras, contaminación, uso excesivo de recursos, extracción masiva de materiales, etc. El fin del mundo está más cerca de lo que parece, tal vez por la misma acción del ser humano y su falta de corresponsabilidad con el medio ambiente y con su misma raza. Hoy en día, se ha perdido el respeto por todo.
Otros pensarán de manera menos realista y más fantasiosa al hacer referencia al fin del mundo; monstruos que horrorizan a la humanidad, extraterrestres que vienen en busca de los recursos de nuestro planeta, dragones gigantes que quieren tomarse el poder destruyendo lo que encuentran a su paso, orcos que surgen de las entrañas para evaporar la raza humana y que luchan para que el poder del mal reine sobre la faz de la tierra, zombis que quieren desesperadamente eliminar a las personas bien sea por venganza, envidia o desespero. En fin, una serie de alternativas que pasan por la cabeza de unos y otros al reflexionar sobre esta frase.
¿Qué será eso del fin del mundo? ¿Cómo se llegará hasta allí? ¿Se puede hacer un viaje al fin del mundo y regresar a salvo? Pues resulta que sí. Sí, sí y sí. Hay un lugar esplendoroso, frondoso, que surge entre lo más profundo del piedemonte amazónico colombiano, con toda la humildad y sencillez que la gente imprime a un lugar lleno de vida y alegría. Para llegar allí basta con buscar un vuelo desde Bogotá hasta Puerto Asís. También se puede viajar por tierra, aproximadamente a diez u once horas desde Bogotá.
Al llegar, Juan Pablo, gran emprendedor de Ecoturismo Putumayo y responsable de esta visita, estará listo para coordinar todo y a todos, dejando para el final, la visita al fin del mundo. En Mocoa, la capital del Putumayo, había diez tribus indígenas antes de la colonización que se dio naturalmente por la búsqueda del oro y la quinua. Más adelante los intereses se centraron en el caucho y los indígenas fueron esclavizados en su totalidad y el territorio fue transformado pero a pesar de todo y con el paso del tiempo, a pesar de ser un territorio azotado por la violencia en todas las épocas de los últimos quinientos años, aún cuenta con una riqueza ancestral importante y unos recursos naturales espléndidos, esperando la llegada de nuevos visitantes que aporten en el desarrollo de la región.
Paway y Mariposario
Mildred es una de esas mujeres que despiertan admiración, por su tenacidad, capacidad emprendedora, por sus importantes logros a tan temprana edad y sobre todo, por su carisma y sencillez. Ella es la propietaria y administradora de Paway, Centro Ecoturístico Amazónico, una empresa dedicada al cultivo y protección de las mariposas principalmente, así como para el cuidado y protección de especies de animales amenazadas por actos impropios de los seres humanos. Allí se pueden ver todo tipo de especies de mariposas, tener contacto con las larvas para perderles temor y aprender de ellas y de cómo ayudan al equilibrio de la naturaleza.
También se puede tener contacto con unos micos maravillosos como Chonta, que si bien viven libres, tienen a Paway como hogar por el cariño y la alimentación que les dan. Por otro lado, hay unos animales que sí están en jaulas por su propio bienestar y de manera temporal, luego de haber sido decomisados por las autoridades ambientales a traficantes ilegales de fauna. Mientras tanto, Mildred los cuida y alimenta para que su estadía no sea tan difícil después de padecer tanto sufrimiento, esperando a que las autoridades los trasladen a su hábitat.
Dentro de sus instalaciones también se encuentra la habitación más espectacular de la región y una de las mejores de Colombia, no por sus lujos sino más bien por la vista tan espectacular que tiene, al estar a veinticinco metros de altura, con unas escaleras que rodean un árbol hasta llegar a tener frente a los ojos, toda la oferta natural, colores y sonidos de la selva. La infraestructura de la habitación es precaria, pero no se puede pedir más para este lugar, ideal para amantes de la naturaleza. Eso sí, puede que reciban la visita de alguno que otro mico en la noche o sientan el sonido del viento, lo que termina siendo toda una noche de aventura.
Cascadas
El piedemonte amazónico fabrica agua permanentemente y las montañas brotan agua por doquier, generando por momentos maravillosas caídas de agua y pozos naturales como Hornoyaco y el Fin del Mundo. ¿Ah? ¿Qué? Sí, el Fin del Mundo es una Cascada, o bueno, hasta donde llega el agua, el final de su cauce, donde cae libremente a un precipicio. Pero primero contaré sobre Hornoyaco. Tras caminar durante unas dos o tres horas por un camino difícil, creado por campesinos para extraer madera de la región, se llega un lugar donde los tonos verdes se multiplican y se reflejan en el agua, creando un pozo que por momentos parece una esmeralda gigante donde se puede nadar. Es como un horno de agua, decían los indígenas que habitaban esta región, de ahí su nombre en la antigua lengua “inga”, Hornoyaco, donde “yaco” = agua. El sacrificio vale la pena y después de estar en el agua, salir es bien difícil, el lugar es como un imán y toca luchar para alejarse. Eso sí, queda uno renovado.
Al otro día de la visita a Hornoyaco, la visita al Fin del Mundo es inminente. Pero primero se visita otro lugar, “El Ojo de Dios”. Así le llaman a un lugar donde las rocas crean una especie de cueva entre la montaña y donde el agua ha abierto un hueco por donde se filtra, generando una nueva cascada y muchas veces, cuando también entra el sol, se crea un arcoiris cuando el agua hace la función de espectroscopio, dispersando la luz del sol en una forma matizada de colores. La aventura hasta este lugar es exigente y el Fin del Mundo por momentos se siente más cerca, o al mismo tiempo, más lejos. Saltar de una roca a otra, cruzar de un lado a otro de un río, caminar entre un universo verde y frondoso, es el camino más fascinante para acercarse al fin.
Unos minutos más tarde, pensando que tras un par de días de estar cerca, muy cerca, ya las fuerzas se veían reducidas, apareció el agua fresca, pura y transparente de nuestro destino final. Unos paisajes de ensueño que pocas veces se ven en la vida de una persona común y corriente, menos si es de origen citadino. Cascadas, pozos de agua dulce, naturaleza, una energía vigorizante, refrescante y renovadora. El mejor lugar de Mocoa, sin duda alguna. Y entonces llegó el momento de encontrarnos con David Pantoja, quien había sido nuestro guía dos días atrás y seguramente el mejor de la región por todo su conocimiento, pero esta vez para hacer torrentismo (descenso en cuerda) en el Fin del Mundo, al que se llega siguiendo el camino del río hasta donde llega la montaña, donde se parte en un ángulo de noventa grados, generando un vacío de unos ochenta metros de altura.
Apenas lo vi, me dije convencido, “¡claro que no harás torrentismo aquí!” y así se lo expresé a David. Pero él y su compañero siguieron haciendo el montaje de las cuerdas como sin nada. Héctor, fundador del portal de Viaja por Colombia y un arriesgado aventurero me animaba. Finalmente saqué valor y dije que quería ir de primero. La seguridad del montaje me dio garantías y cuando David bajó para esperarme abajo, me sentí confiado y seguro de lo que iba a hacer. Finalmente me fui de espaldas, con mis piernas aferradas a la roca y poco a poco fui descendiendo hasta encontrarme solo, colgado a unos cincuenta o sesenta metros de altura, apreciando el paisaje solamente para mí. Más que el Fin del Mundo, había llegado a los inicios del mundo, donde todo era natural, verde, lleno de vida. Olvidé por completo mis preocupaciones o mi cansancio, e incluso el hambre que sentía. Finalmente había llegado a tan anhelado lugar, con un nombre místico y agradecía a Juan Pablo la invitación a este lugar.
Y bueno, ¡el Fin del Mundo, no es el fin del mundo! Y si uno no come, el hambre apremia. Lo bueno es que muy cerca de donde estábamos está ubicado el alojamiento de Ecoturismo Putumayo, donde muy amablemente nos estaban preparando un delicioso pescado “Pandado”, típico de la región, una mojarra (puede ser tilapia) cocinada a la leña, envuelta entre hojas de sarandango, un árbol de la región y recubierta en hojas de plátano, adobadas con tomate, cebolla, sal, pimienta y un poco de ajo. El olor a comida atrapa y al ver lo que estaba presentado en el plato, el cerebro solo podía recrear un paradigma de bienestar, algo muy fácil de encontrar en el piedemonte amazónico, donde abundan los recursos. Un lugar para aventurarse y descansar la mente y por qué no, un lugar para enamorarse.
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