La felicidad es el agua
“Sintió que la garganta se le desgarraba. Ni siquiera percibió el sabor a tierra, sino el dolor de beber, la ausencia de saliva, la angustia de no poder ahogarse en el agua y al mismo tiempo la necesidad sin tregua de saciar su sed”.
De esta manera describe el escritor colombiano, Enrique Patiño en su novela “La sed”, la sensación que le genera a una persona, el hecho de beber agua cuando ya es un recurso prácticamente inexistente en la tierra. El personaje tiene escondida el agua para sobrevivir en medio del desierto y yo leo estas líneas en medio de un viaje desde San Cristóbal a Uyuni, en medio del desierto boliviano. No sé si solo era por estar leyendo el texto o también porque la sequía es impresionante en este lugar, pero el olor a tierra y la sequedad de la garganta me tenían desesperado en medio del paisaje desolador y sin vida que veían mis ojos. Antes de salir, leía la trágica situación de la Guajira colombiana, donde han pasado setecientos días y nada que llueve y donde la falta de este recurso ya es algo dramático. Todo esto, me ha puesto a reflexionar.
La motivación de este viaje era conocer el famoso “Salar de Uyuni”, el desierto de sal más grande del mundo, un lugar único y lleno de contrastes, aprovechando que estaba haciendo un entrenamiento para mejorar la actitud de los empleados de la Minera San Cristóbal frente a la vida, una labor muy difícil, viendo cómo destruimos el planeta cada día con todos los bienes que adquirimos día a día y que hacen del negocio minero, uno de los más rentables del mundo. El ser humano se resiente sin darse cuenta, las personas se vuelven toscas, su forma de ser se vuelve más salvaje, no sonríen fácilmente, menos a una altura de cuatro mil metros sobre el nivel del mar y por estos días, una temperatura que alcanzó los diecisiete grados bajo cero. Pero aún así, afortunadamente la situación no es tan grave como lo muestra Patiño en su texto. Al llegar a Uyuni, me encontré con un pueblo en medio de nada, hecho prácticamente con la misma tierra del suelo y en algunas zonas, con construcciones más grandes donde están ubicados cantidades de hostales, restaurantes y tiendas de artesanías y en la esquina, la casa de la alcaldía municipal, donde se evidenciaban las disputas de los habitantes entre las miradas de turistas de todas partes del mundo que se divertían al ver a un muñeco que representaba al alcalde, colgado de una ventana, mientras esperaban salir en una excursión de uno a tres días por el salar.
Mientras tanto yo seguía pensando en esas tierras de la Guajira colombiana, el mar pegando sobre las playas más hermosas, en gran mayoría vírgenes, donde puede uno bañarse sin ningún problema y en paz. Recuerdo el viaje que hice a Punta Gallinas unos años atrás, donde pude percatar la difícil situación de muchas familias que están distanciadas del Cabo de la Vela y Riohacha. Los Wayúu, habitantes de esta región, también son personas duras, que no tienen acceso fácil al agua, mucho menos si es potable. Ellos la almacenan en canecas y las tienen disponibles tanto para el turista como para ellos pero en cualquier momento en que dejen de llegar personas o que haya alguna dificultad con los vehículos, se quedan sin el recurso, más aún cuando no llueve. A pesar de todo hay gente muy amable todavía, como Mache, quien ha inspirado uno de los personajes más divertidos de “El Nudo Eterno”, mi primera novela. El agua es tan preciada y escasa en este lugar, que un pequeño hilo de agua que brota del parque Nacional Natural de la Macuira, ha hecho que sea el más sagrado en medio del desierto, como única fuente natural de agua dulce en medio del desierto.
En este momento hay zonas de la Guajira donde no llueve, no ha caído una sola gota desde desde hace días y la sequía afecta a cerca de cuarenta mil indígenas, entre los cuales hay dos mil doscientos veintitrés niños con problemas graves de desnutrición y lo más grave, quinientos veinticinco podrían morir en los próximos días (Fuente: Datos el Tiempo y La República). Esta situación es espantosa y tristemente es como una consecuencia de todos los actos que de manera descontrolada, hemos hecho contra el hogar donde vivimos. Para ponerlo en las palabras de Aguirre, “La realidad pura del desierto. Fe ciega en los desmanes del ser humano y en el ajuste largo de cuentas de la naturaleza en la ley del depredador que arrasa y tarde o temprano es consumido por la que con tanta saña depredó”. Algo similar, aunque no tan grave aún, sucede con el pueblo de San Cristóbal, el nuevo pueblo que fue construido para darle vía libre a la mina, en la región de Potosí, en Bolivia. Hoy el agua es escasa cuando diariamente se utilizan miles de litros de agua para lograr la extracción y procesamiento del mineral exportable, más allá de que el agua sea optimizada como parte de su sistema de gestión ambiental.
Lo peor de la degradación social en la que estamos inmersos es que nos hemos convertido en una sociedad dinero-centralista. Es como si fuera nuestro dios, un poder sobrehumano que nos controla. Las personas que poblaban este territorio boliviano estaba compuesta desde hace veinte mil años por naturalistas, para los cuales primaba el dios sol, la diosa luna, la madre tierra y donde el valor del agua era fundamental. Por esta época, abundaban los rezos para que la temporada de siembra fuera exitosa y que los alimentos brotaran de manera abundante para poder alimentarse. Hoy en día, ya la población parece confundida, con la llegada de los españoles, aún creen en la naturaleza pero también en el dios católico y muchos, hacen todo tipo de rituales, incluso violentos que pueden rayar con la muerte de otra persona, tan solo para ser ricos. Si les dan dinero, éste estará por encima de cualquier creencia o tradición. Lo demás queda en un segundo plano. ¿A qué hora sucedió todo esto? Pareciera que hoy la felicidad fuera igual que el dinero pero, ¿qué pasaría si el dinero pierde valor en un mundo sin agua? “El dinero dejó de valer y primó el líquido como moneda de cambio… y se gana con sudor, el desperdicio de agua se paga con la vida… si alguien se va a morir, está prohibido gastar agua en esa persona. Si alguien quiere beber, tendrá que ganarse el agua de cada día… al final, la sed siempre vencía”. “¿qué quedaba entonces? ¿Qué mundo era aquél? Habría otros que serían felices al menos por instantes? ¿Era imposible acaso el resplandor de una felicidad breve? (Extractos tomados de La Sed, de Enrique Patiño).
¡En una sociedad como estas, en un mundo como en el que ya estamos viviendo, la felicidad es el agua! No hay duda alguna. Y no es un tema solamente de unos y otros. Recientemente leía también en la página del BID, un artículo que resaltaba las dificultades que se vienen presentando en Jamaica y otras islas del Caribe por cuenta del cambio climático donde las lluvias, las sequías y el incremento en el nivel del mar, preocupan a todos sus habitantes. Deberíamos considerar mucho más nuestras necesidades y sobre todo, la fuente de nuestra felicidad. El dinero nos destruirá como sociedad y sin querer estigmatizarlo como medio de cambio, que es su verdadera función, sí deberíamos replantear muchas cosas. Reducir el consumo de cosas innecesarias, reciclar, reducir el consumo de agua y por otro lado, compartir más momentos con gente valiosa como la familia y los amigos, etc. Y viajar más. Viajar nos humaniza y nos permite ver las cosas verdaderamente importantes en el mundo y lo valioso de la gente. En Bolivia, me encontré con gente linda también así como en la Guajira también hay gente dulce. Soy una persona que guarda la esperanza en la humanidad a pesar de lo complejidad de cada ser y veo un futuro próspero, seguramente, el que yo mismo construya con mis seres queridos. Aún es tiempo para actuar.
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