Museo del Oro de Bogotá
En días pasados tuve la posibilidad de ir al Museo del Oro de Bogotá. No es la primera vez que voy pero esta vez, el objetivo era indagar más a profundidad acerca de la espiritualidad de los indígenas en Colombia, sobre todo los Muiscas, quienes habitaron la zona de Bogotá y los alrededores. Los tesoros encontrados fueron sensacionales, algo así como la Leyenda del Dorado para nuestros tiempos. Si bien el museo consta de cincuenta y siete mil piezas, entre las que se destacan las de oro y esmeralda, la historia y sentido que hay detrás de cada pieza, es lo más importante.
La réplica que se ha elaborado de la figura expuesta, que equivale al hombre – serpiente, fruto de la obra del chamán cuando era capaz de convertirse en animal para viajar a otros mundos
Situado en el Parque Santander, en una de las esquinas y frente al costado oriental de la Iglesia de San Francisco, está organizado el museo con la colección de piezas de oro más importante del mundo. Allí se puede hacer un recorrido estándar, viendo las diferentes colecciones y leyendo uno que otro cartel con una explicación, con una audioguía en varios idiomas que facilitarán la comprensión del significado de las piezas y la más interesante, con un guía de turismo especializado, quien carga de sentido y contexualiza lo que hay en cada una de las piezas del museo. Es importante saber qué objetivo se persigue en la visita, ya que si bien no es el Museo de Louvre en París, ni el Prado en Madrid, sí que tiene gran cantidad de información que no puede ser explicada fácilmente en un par de horas. Esta visita es especializada para analizar un grupo indígena en particular y sobre un interés como es la visión espiritual del mundo de los Muiscas.
Lo primero es que los indígenas que habitaron la zona de Bogotá y sus alrededores, estaban organizados en sociedades igualitarias, donde todos trabajaban para todos y donde el cacique era algo así como el capitán del equipo, en referencia a un equipo de fútbol. Nadie estaba pendiente de las riquezas del otro, porque las de uno, eran también del otro, todo lo que se tenía, tenía valor comunitario. Desde la alimentación, hasta las plantas, todos se veían afectados por lo que hacía uno u otro. Las ofrendas a la tierra se hacían en conjunto y participaban todos los miembros de la comunidad y eran guiados por el cacique, quien lideraba al grupo hasta el lugar de las ofrendas, donde se entregaba el oro (equivalente al semen del sol con sus espermatozoides) dentro de la vagina de la madre tierra (las lagunas), y que permitían su reproducción, para que en tiempos de siembra, la tierra diera el alimento que necesitaban para vivir. No es por coincidencia que la Sagrada Laguna de Guatavita tenga forma de útero y que fuese este el lugar más importante de los rituales de estos grupos humanos.
De la tierra crecen las plantas y de estas sale el alimento pero también la cura para enfermedades, porque curan el espíritu, que es algo que todos los seres humanos tienen en su interior y que es lo que permite conectarse con todos los seres de la naturaleza. Ahora bien, para poder saber cuál planta sirve como alimento y cuál para curar enfermedades, están los chamanes, quienes además son los líderes espirituales de la comunidad, viejos sabios que han recibido el conocimiento de parte de sus ancestros pero también porque han logrado desarrollar habilidades de comunicación con la naturaleza. Más allá de ser líderes políticos, eran los encargados de mantener a su comunidad en armonía y equilibrio con la madre tierra, y eran también sus guardianes. Estos representantes de la sociedad además, seguían la misma cosmología que tuvieron los indígenas repartidos por todo el continente americano, lo que aparentemente demuestra, que estaban todos comunicados años atrás.
Las creencias espirituales de estos seres, se dividían en tres niveles, cada uno representado por animales, que además, eran plasmados en las figuras que tallaban en las diferentes piezas de oro que han sido encontradas y que están expuestas en el museo. El primer nivel, era el mundo superior, conformado por el dios Sol (masculino) y la diosa Luna (femenino). aquí también están las aves. En el segundo nivel, esté lo terrenal, donde viven los jaguares, venados y el ser humano. En el tercero, el inframundo, donde habitan los peces y las serpientes. La dualidad y el complemento, siempre están presentes. La mujer está representada en las montañas, con los senos y por ejemplo, en la Laguna de Guatavita, con el útero. El hombre fertiliza a la mujer para dar frutos. Los chamanes, con ayuda de las plantas, se transformaban para viajar de un nivel a otro, tomando la forma de animales para acceder a diferentes mundos. Los más ancianos eran quienes tenían más poder para transformarse en aves, jaguares y peces.
La felicidad para los Muiscas, era proporcionaba por la madre naturaleza y según como ellos mismos gestionaran sus recursos y las ofrendas que hicieran para que esta fuera fértil y se pudiera reproducir, brindando alimento y medicina para la comunidad. Trabajaban todos unidos por su propio bien, defendían su territorio unidos, araban la tierra unidos, asistían juntos a las ofrendas y rituales, etc. Así que, la felicidad también dependía de la vida en sociedad, porque como en el Nudo Eterno de los monjes tibetanos al otro lado del mundo, todo en la vida está conectado y todo tiene consecuencia. Nada pasa por sí solo. Si castigamos la naturaleza, ésta lo hará más tarde con nosotros, por lo que debemos aprender a vivir en equilibrio en el planeta, sabiendo que lo que pasa en un lugar, genera consecuencia sobre otro y como alguna vez oí, si una mariposa mueve sus alas, todo el universo se mueve. Los invito a conocer todas las historias que cuentan las diferentes piezas de oro y que están expuestas en el Museo de Oro de Bogotá, con la colección de oro más importante del mundo.
Jorge Bonilla
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